Desde
pequeña había tenido el corazón demasiado frágil, demasiado sensible. Todo le
afectaba sobremanera, las injusticias, el dolor ajeno. Siempre fue sentida con
todo, cuando alguien que le importaba sufría, ella también sufría. Muchas
lágrimas derramó por unos y por otros, también por ella misma
Al cabo de los años cuando pensó que no le quedaban fuerzas para seguir así,
decidió que blindaría su corazón, lo haría de acero para que nada le
afectase, se lo propuso y lo consiguió. Podía escuchar a alguien contar una
pena sin sentir nada, era capaz de ver las noticias sin que su corazón se
desbocara al ver tanto mal. Poco a poco se fue insensibilizando, todo le
era indiferente, pero no era feliz como pensó que sería.
Un día leyendo algo que en otro tiempo la habría hecho llorar y en ese momento
parecía indiferente, sintió que no era ella, que algo fallaba. ¿Dónde estaba la
felicidad que creyó tendría al no sufrir por otros? Por ella misma.
No sabía qué hacer para volver a ser la que fue, porque cuando uno blinda su
corazón es difícil dar marcha atrás, pero bastó un solo gesto, unas palabras de
alguien a quien apreciaba mucho, para que su corazón volviera a ser de cristal
y se rompiera en mil pedazos.
Aún hoy va por la vida recogiendo pedazos, pero siente que es feliz,
porque la indiferencia es el peor de los sentimientos.
María R. De Movaldi © All Rights Reserved
Ese es el ser humano...
ResponderEliminarDesde que el mundo es mundo
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